No sé si tengo derecho a ser feliz. Siento que le estoy fallando a alguien pero no sé exactamente a quién, el sentimiento de culpa no me abandona, culpa por no disfrutar al máximo con las personas que me rodean físicamente y culpa por no sufrir más intensamente con la personas que tengo lejos. Sí , creo que sufro del síndrome de bipolaridad sentimental.
Soy inmigrante, legal (solo por si me lee algún policía), tengo una vida común, esposo, hijos, trabajo, pero por alguna razón vivo eternamente divida entre la calma y la angustia, la risa y el llanto; paso, en el intervalo de un minuto, de un felicidad absoluta (cuando mi hijos me dicen que soy lo máximo) a una tristeza profunda (cuando hablo con mi madre o veo las noticias). La razón es conocida por ustedes: se llama Venezuela.
No soy en exceso nacionalista, de mí no escucharán jamás qué vengo del mejor país del mundo, de las mejores playas, la mejor cerveza etc etc , porque no se engañen, el mundo es grande y hay cosas maravillosas en todos lados ; pero vengo de un país que simplemente ya no reconozco, no es el mío, me lo quitaron (o nos lo dejamos quitar); un país que ya no existe, no como lo recuerdo. Me siento sin tierra, hija del limbo.
Cuando era pequeña crecí teniendo cuidado con todo, porque “la calle es muy peligrosa” me decían, pero paradójicamente me la pasaba en la calle y al crecer, hasta podía pararme en una plaza a beber una cerveza . En ese país, recuerdo a mi mamá llegar del supermercado con muchísimas bolsas, y jamás mostré mayor interés por el contenido de la despensa, porque simplemente era normal que estuviese lleno, yo solo intentaba asegurarme que me trajeran mis suplementos vitales: galleta oreo, leche condensada, compota de manzana (si eso) y mis chupetas BomBomBum. Simple y básico.
En la casa de mi abuela, recuerdo que cualquier decisión, chiste o chisme se hacía alrededor de la comida, porque nada era más importante que comer rico! En mucha cantidad!; que ahora tenga que escuchar que no encuentran un pollo (que aparentemente parece una paloma) , simplemente me destroza el alma.
No sé cuándo pasó, fue poco a poco pero al mismo tiempo de repente, cuándo me di cuenta de que la situación era irremediablemente grave. Quizá se me abrieron los ojos la primera vez que hable con una chica de 20 años (después de mi salida del país) y no reconocía mis preguntas y mis anécdotas sobre Venezuela, no reconocía cuando le decía que era normal tener comida en los supermercado, era normal que la gente que trabajaba pudiera ir a margarita de vacaciones y hasta compraste su carrito (su Chevette usado), era normal hacer una parrilla de carne, pollo, chorizo y lo que te provocará.. Y lo más sorprendente de todo, era normal sentarse a jugar dominó con alguien que apoyaba a un partido político distinto al tuyo.
No existe en mi memoria (qué tampoco es que valga de mucho, porque tengo memoria de pez) el recuerdo de una situación tan compleja como la que se vive en Venezuela, el popular Macondo, se quedó atrás hace unos cuantos meses; por más que lo intento no puedo encasillar los hechos históricos que conozco con la realidad venezolana (al menos que corte y pegue de aquí y de allá); por eso mi angustia no cesa ni cesará hasta que vea a mi país emerger de la destrucción en la que está hundida.
Me siento responsable, porque todos tenemos nuestra cuota, yo también le pague a un policía para evitar una multa, también pequé de arrogante, incluso de clasista, así que posiblemente sin saberlo también colaboré con el divisionismo qué nos hundió, pero ahora quiero creer que también puedo ser responsable de la Reconstrucción. Ahora siento que soy mejor ciudadana y paradójicamente mejor venezolana.
Tengo fe, porque sino tengo fe, no tengo nada. Estoy convencida qué algún día volveré a ser una persona emocionalmente más equilibrada donde pueda ser feliz sin sentir que hago daño a las personas que quiero. Hasta que ese día llega, trato de hacer desde mi esquina lo que puedo, porque ese país qué perdí, está desarrollando cualidades humanas qué ni siquiera sabía que teníamos, lo veo en los cruz verde, en las señoras que hacen comida para los muchachos que pelean en la calle, en los médicos que pasan consulta gratis, en los jóvenes de la resistencia!!; estamos aprendiendo mi gente y durante ese proceso solo te pido que hagas lo que tu corazón te indique que es correcto para salir de esta crisis.
Mientras tanto, yo intentaré ponerme mi mascara de felicidad absoluta o de tristeza definitiva, dependiendo de quién sea el receptor de mi mensaje, porque mi bipolaridad sentimental solo terminará cuando pueda abrazar a mi familia en un país libre y democrático. Como consuelo (egoísta) me queda la certeza de que no estoy sola, solo soy una pequeña parte de un éxodo bipolar.