La (DES)Confianza
Hace unos días me toco llevar el carro de “mi hobbie” al taller para la revisión periódica, que coincidió con uno de sus viajes de trabajo; Yo como buena esposa obediente (sarcasmo), lleve el automóvil al lugar de siempre (que jamás había visitado) con el mecánico habitual (que en mi vida había visto). Al dirigirme a la recepción para entregar la llave y explicarle por qué no estaba el Sr. Brus para entregar el vehículo, me recibe el encargado con la sonrisa demasiado feliz para la hora y empieza a decir: buenos días, estábamos esperando este auto, que carro se quiere llevar mientras lo revisamos? Uno grande o uno pequeño? Creo que estará listo a medio día, la llamaré luego, ah!! Pero déjeme su teléfono que creo que no lo tengo. PLOP! (valga aclarar que cabeza de queso no había avisado de mi presencia, por lo que imagino tengo cara de ser la persona más honesta del mundo).
Después de 10 años sigo, sin lugar a dudas teniendo conflictos de fondo con el primer mundo, jamás, en mi país de origen se nos ocurriría entregar un carro sin identificación, antecedentes penales, poder notariado de 15 testigos que aseguren que eres buena personas y garantía en efectivo de por lo menos el 15% de lo que será el gasto total de revisión; de hecho, en mi país de origen, no te dan un carro cuando dejas el tuyo en el taller. En los 5 minutos que duró el cambio de transporte, esa delincuente que vive internamente en mí, mi otro yo lleno de viveza criolla pensaba: pero bueno cuantos carros le robarían en Venezuela a estos tontos?, hasta que durante el debate silencioso, la parte sensata de mi cerebro concluyó que los tontos no son ellos, soy YO, que desconfío hasta de mi sombra.
No creo que el grado elevado de mi desconfianza sea representativo de la cultura latina, pero sin duda alguna creo que en algunas partes del mundo dejamos de vivir experiencias satisfactorias por el miedo a que otro haga lo inesperado, lo que no te gusta, lo que te asusta. La desconfianza, es además un comportamiento entendible, cuando creciste en un interminable estado de alerta: cuidado con el semáforo, que viene un loco, pila en las colas que se te meten, el paso peatonal no sirve para nada, no confíes en el precio que te dio que lo están subiendo, no vayas a firmar nada si no lo lees 30 veces, etc etc… creemos que no confiar en nadie es la forma más inteligente de evitar situaciones desagradables cuando en realidad el exceso de desconfianza lo que hace, es evitar que experimentes la tranquilidad a plenitud.
Recuerdo hace un par de años, que durante la reconstrucción de un baño en mi casa, nos fuimos de vacaciones y el trabajador se quedó con nuestra llave, con el compromiso de tenerlo terminado a la vuelta; nosotros no conocíamos de nada a ese señor, y por supuesto sufrí el respectivo ataque de nervios (incluida pelea marital) cuando mi consorte lo dejó como rey y custodio de nuestro hogar; le argumente (con la pasión que me caracteriza) sobre todas las desgracias que podrían ocurrir en nuestro hogar, a lo que él contestó con la naturalidad de una estudiada miss Venezuela: pero si le pedí copia de su pasaporte y tengo su número de teléfono, que puede pasar? PLOP. Lección de vida: él durmió feliz durante todas la vacaciones y yo tenía pesadillas.
Mis experiencias, en las que la final no pasa nada excesivamente dramático, son tantas, que quizá alguien me está intentando dar un mensaje: relájate y confía!. Saben cuántas veces he perdido mi cartera y me ha aparecido con todo el dinero adentro? (incluyendo una que perdí en Francia y me llego a mi casa en Holanda!), todo eso tiene que significar algo y hoy he decido escuchar.
Hay tantas desgracias en el mundo, hay tanta gente intentando desintegrar la esperanza, la armonía, la buena vibra, que a veces siento pena por el mundo que le dejare a mis hijos, luego me fijo en las pequeñas cosas, en el un auto que se detuvo porque pasaban una familia de patos (si, pasa seguido), en al amigo de Max que le dio un abrazo feliz de verlo de vuelta al cole, de ver personas que van a centros especiales a acompañar personas mayores, a los que reúnen comidas y medicina para los menos favorecidos, a los médicos que pasan consulta gratuita, a todos los que se ofrecen a donar sangre durante ataques terroristas y en general a todos aquellos que no ayudan directamente en acciones voluntarias pero que NO JODEN a nadie, son honestas, trasparente y humanas. Algunas veces cuando me siento desanimada me acuerdo de aquella persona que un día, en un parque español, me regalo un peluche sin conocerme porque me vio llorando (un día les cuento esa historia); así que a mí, como hecho comprobado, no me queda otro remedio que entender que los buenos somos más, que el terror no puede jamás derrotar el ánimo, la zozobra no eliminara jamás la búsqueda de la tranquilidad y la inseguridad no puede permitir el abandono absoluto de la confianza en otro ser humano.
Como todo extremismo es dañino, hoy tengo razones para pensar que llego la hora de creer, porque “al final todo estará bien, y si no está bien, no es final” (dice mi amigo John Lennon), y mientras tanto voy a disfrutar el recorrido por la vida, con confianza.