Existen momentos que te impresionan, asustan o a avergüenzan de tal manera que no sabes cómo reaccionar (ocurre especialmente cuando eres culpable); los llamo momentos de bloqueos mental, donde incluso los más elocuentes pierden la voz. Lo único que me funciona, cuando tengo uno de esos, es tomar unos minutos de distancia y diseñar un plan; de eso hablaremos hoy: ¿qué hacer cuando no tengo ni idea de qué hacer?
El fin de semana pasado fue interesante, estuve muy ocupada con mi faceta de activista, empezando el jueves en la tarde en La Haya y terminando en algunos bares de Ámsterdam el domingo en la madrugada (en otra historia les cuento). Luego de un corto descanso, saliendo del estacionamiento del hotel donde “dormí”, finalmente ocurrió lo que yo venía temiendo desde hace meses, le choqué el carro al cabeza de queso y no poco, (manejar no está dentro de mis 10 mejores cualidades), lo peor, choqué con un muro de concreto por la puerta del conductor, lo que solo puede significar que la responsabilidad fue única y exclusivamente mía, no existe forma alguna de culpar a otro. El mantra que pasaba por mi cabeza el aquel momento (además de groserías internas variadas) era “Johan me va a matar”; gracias a Dios tenía tiempo y distancia suficiente entre al hotel y mi casa, para calmarme y definir la estrategia adecuada de cómo transmitir la información.
Como latinas, específicamente venezolanas, nosotras calculamos (no mientan), está intrínseco en nuestra mente, pensamos con frecuencia cuál es la mejor vía para salir lo mejor paradas posibles cuando metemos la pata; y en este caso, después de analizar diferentes escenarios, opte por la opción más culebrera de todas, el drama culpable (gracias Lupita Ferrer). Con la cara de tristeza de quien acaba de matar un gato, le expuse a mi cónyuge que sí, soy horrible, quizá debería tomar clases de manejo (otra vez), que me siento terrible, que tiene todo el derecho de gritar y enojarse y yo me quedare calladita, que por supuesto no fue intencional y que jamás volveré a tocar su auto (si claro), que me encargaré de llevarlo al taller (cosa que no ocurrirá en la vida) y que además me siento tan mal que necesito unos minutos para recuperarme; el resultado fue: silencio absoluto, una mirada exhaustiva al auto y completo silencio (eso mejor que los gritos). Pasadas tres horas el cabeza de queso me dijo: “tranquila mi amor es solo un carro” mientras yo recibía masaje en los pies (otra vez, Gracias Lupita!).
Hay momentos en que nos equivocamos, tenemos accidentes, cometemos algún error; eso es la vida, lo importante es cómo afrontarlo. Especialmente en las relaciones de pareja, los métodos para sobrellevar dificultades son múltiples y variados, (literatura y terapistas sobre este tema abundan, yo no soy ninguno de los dos), pero en mi casa, funcionan ciertas conductas básicas, utilizables dependiendo de la situación; así pues si me equivoco, debo pedir disculpas, si se equivoca él y no se disculpa, sale el demonio (el lado oscuro); si he metido la pata y no sé cómo salir, se aplica el drama culebrero, y cuando recibo algo que me hace feliz, debo aprender a decir gracias (todavía trabajando en esto).
Cada uno de ustedes debe encontrar la solución que les funcione para lograr un desenlace feliz ante situaciones peliagudas; pero antes de decidir la manera de abordar un problema específico, les invito a ejercitar lo que hasta ahora tiene un comprado resultado positivo: respiren y tomen distancia.