Dicen que los niños empiezan a acumular recuerdos a partir de los tres años y medio, yo por supuesto soy más lenta que la media porque mis recuerdos más antiguos son alrededor de los 6 años. Y recuerdo con escalofriante claridad a mi abuela y a mis tías gritándome para que me acercara a peinarme, porque esa actividad requería paciencia, determinación, con una mezcla de gritos y amenazas.
Mi cabello es particular, principalmente por la cantidad, crecí escuchando continuamente la misma frase: tienes 4 cabezas acumuladas en una, lo que no me causó trauma de ningún tipo, sino más bien una aceptación natural de que poseía algo en exceso. A la edad de 11 años utilicé mi primer químico para alizar la melena que tantos dolores de cabeza causaba a los adultos de mi familia, y descubrí entonces que tener el pelo lizo era más fácil, más manejable pero lo más importante, socialmente más aceptado. Ya no parecía una bruja, no me decían nombres ilustrativos y sorpresivamente entendí que el estrato social ascendía con una cabellera alisada (así de rara es nuestra sociedad).
Me costó aproximadamente 20 años entender que el cabello nada tiene que ver con mi inteligencia, mi estrato social (que etiqueta tan tonta) o mi nivel cultural, de hecho, sí que tiene mucho que ver con el nivel cultural de aquel (aquellos) que colocan la etiqueta; es así como un buen día decidí salir del closet y dejarme la melena al natural.
Como le pasa a casi todo el que sale del closet, no fue un movimiento voluntario, sino más bien un empujón; el cabeza de queso como siempre, uso argumentos manipuladores para hacerme ver que mi cabello natural era espectacular, dicho en sus palabras (y bueno para mi ego), “the most amazing thing I have ever seen”, y eso me llevo a reflexionar: por qué razón nunca he hecho algo que siempre quise hacer? Por qué una idea absurda que aprendí hace tanto tiempo, seguía alojada en mi casa, limitando mi tiempo (horas de planchado), mis actividades (no puedo mojarme en la lluvia), mi humor (me veo fea si no me estiro la melena) cuando ya a mi edad puedo perfectamente hacer lo que se me dé la gana.
Ya deben haber notado que el tema no va solo sobre el cabello, es una reflexión sobre la cantidad de ideas absurdas que nos limitan durante tanto tiempo sin permitirnos disfrutar y experimentar caminos distintos que pueden estar llenos de satisfacciones. Por qué debemos actuar dependiendo de lo que esperen los demás? Sin ánimos de ser anarquistas, por qué no podemos simplemente hacer lo que nos parezca placentero a nosotros mismos. No es una idea novedosa que se me acaba de ocurrir pero que creo que no me lo repito lo suficiente.
Fue en unos de estos momentos de valentía y claridad como empecé a compartir lo que escribo, también fue así que decidí cambiar trabajo (luego les cuento), cambiar de casa, hasta cambiar estilo de ropa; y cuantas satisfacciones me han dado todos esos cambios.
Por eso cada vez que sea necesario me gusta recordarme a mí misma y quizá les ayudo a recordar a ustedes, que no hace falta una patada para salir del closet, basta con abrir la puerta y dar un paso.